Autora: Cristina Azahara Garcia Peña.
Hay una frase muy conocida de la psicología positiva que afirma que aquello que creemos lo creamos. Se parece a aquello que asegura que somos lo que comemos, en definitiva, el hecho de pensar algo ya crea un escenario en nuestra mente que puede parecer muy real.
Algunos atribuyen este pensamiento a Marco Aurelio, emperador y filósofo, quien afirmaba: «Nuestra vida es lo que nuestros pensamientos crean», que es otra forma de decir lo que ya se le consideraba una frase de Buda: «Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado. Si un hombre habla o actúa con astucia, le sigue el dolor. Si lo hace con un pensamiento puro, la felicidad lo sigue como una sombra que nunca lo abandona».
Es por ello, que toda manifestación que hagamos tanto oral como escrita crea una realidad reflejo de lo que somos y lógicamente de lo que pensamos. Según esta creencia cuidando nuestros pensamientos cuidaremos nuestras palabras y con ello nuestros consecuentes actos. De estos últimos derivan los hábitos que modelan nuestro carácter, lo que determinará nuestro destino. Por consiguiente, lo que verbalicemos de un modo u otro tendrá consecuencias no solo en el oyente sino en nosotros mismos.
El lenguaje tiene el poder de generar una realidad y aquello que decimos condiciona a su vez lo que somos y lo que hacemos. Por esta razón, debemos seleccionar nuestras palabras para construir una comunicación no sólo adecuada al contexto y receptor sino también que nos sirva para crear una realidad que deseamos. De ahí que igualmente nuestros pensamientos deban ser “puros”, es decir adaptados a nuestro modo de ser y de pensar. Resulta obvio que antes de emitir un mensaje debemos pensarlo, pero además de esto hay que tener en cuenta que sea beneficioso tanto para emisor como para nuestro interlocutor. ¿A qué me refiero con beneficioso? Desde el punto de vista práctico no siempre será maravilloso y positivo, pues la realidad se impone, aunque sí ha de ser verdadero, es decir, honesto y acorde a lo que pensamos en realidad.
Por supuesto la cortesía y educación a la hora de hablar implican un respeto hacia quien recibe el mensaje, lo cual siempre será adecuado y positivo para todos. En lugar de pensar solo en lo que nosotros podemos sentir al emitir un enunciado, vamos a contar con la empatía de reconocer cómo nos sentiríamos si nos dirigiesen a nosotros ese mismo contenido. Esto ayudará a crearlo con mayor atención y delicadeza.
Así pues, en lugar de decir: “Quiero que me llames mañana a las 2” podríamos comentar: “¿Te parece bien llamarme a las 2?”, teniendo en consideración lo que nuestro conversador opina y siente al respecto. Expresiones como “si quieres”, “si es posible”, “cuando puedas” y similares dan una idea de nuestra interpretación del lenguaje como algo consecuente a lo que queremos producir, esto es, un ambiente con respeto y empatía.
Puesto que este tipo de pensamiento considerado es bueno para cualquier persona, el acto comunicativo podría considerarse esencial, al ser un acto social por excelencia el hecho de comunicarse. Ser consecuente con nuestros pensamientos y creencias depende de nosotros mismos, siendo las consecuencias nuestra responsabilidad, al igual que sucede con nuestras acciones.
La próxima vez que vayamos a dialogar con alguien o pedirle alguna cosa, tengamos antes en cuenta como recibiríamos el mensaje para construirlo tal como nos gustaría escucharlo. Esto puede parecer largo y costoso al comienzo pero como todo acaba siendo natural.