Autora: Carmen Esparcia Arnedo
“Los deportes se me dan mal”, “no puedo hacerlo”, “eso es demasiado difícil y haré el ridículo”…
Estas autocríticas siguen apareciendo en nuestras aulas de Educación Física en la época preadolescente y adolescente, lo cual supone un freno para su proceso de desarrollo físico y, por tanto, para su desarrollo integral y su salud, ya que al tener estos pensamientos ni siquiera quieren iniciar una actividad física escolar o extraescolar en la que probablemente puedan tener enormes capacidades. Pero, ¿cómo se han generado estos pensamientos? Es muy improbable que se hayan generado de forma natural en la mente de nuestros estudiantes; serán los factores ambientales los que tengan mayor protagonismo.
Y aquí cabe hablar del conocido “Efecto Pigmalión”. Este concepto se refiere a la influencia que nuestras expectativas tienen sobre el comportamiento de los demás, creencias que moldean y facilitan determinadas conductas. En este sentido las etiquetas pueden hacer mucho daño en el autoconcepto y la autoestima de los jóvenes, etiquetas que aún siguen siendo tan frecuentes como: “este niño es muy torpe”, “nunca se le dieron bien los deportes”, “es muy descoordinado”, “se le da mejor estudiar”,… y que van a tener una gran repercusión en sus actuaciones posteriores. De esta manera, si un niño o niña escucha toda su vida que es poco hábil en los deportes, lo más seguro es que evite este tipo de prácticas y realice aquello que “se le dé bien”, ya que le aporta más seguridad y sentirá un mayor apoyo social.
¿Qué podemos hacer nosotros?
Nuestras creencias y expectativas pueden ser negativas pero también tienen un poder enormemente potenciador si son positivas. Y esto no es sólo responsabilidad del educador, sino también de los padres y los iguales. Mejorar el autoconcepto de las personas incidirá directamente sobre su motivación, la cual será el motor de sus decisiones y sus consecuentes acciones. ¿Cómo podemos ayudar a fomentarla?
– Debemos prestar atención al lenguaje utilizado ante los demás y, sobre todo, evitar cualquier tipo de etiquetas y comparaciones. Es necesario aceptar a los niños y jóvenes como son, sin emitir juicios.
– Reconocer el esfuerzo del adolescente, no haciendo énfasis en capacidades innatas o inalterables, ya que si cree que puede mejorar perseverará en mayor medida ante las dificultades y los retos más complicados.
– Poner menor énfasis en el resultado y más en el proceso de aprendizaje, que disfruten de la actividad física como fin en sí misma.
– Enseñarles a aceptar el error como algo natural en el proceso de la iniciación deportiva, relativizándolo y animándoles a superarse.
– Utilizar un feedback positivo que ayude a crear un clima de seguridad emocional, tanto en el aula como en casa.
– Hacer saber al estudiante que está mejorando en su proceso de aprendizaje, integrando sus nuevas capacidades con los esquemas motores adquiridos previamente y proponiendo retos que les motiven.
– Favorecer un aprendizaje activo, donde el alumno sea el protagonista, ya que eso mejorará su autonomía y toma de decisiones.
– Asumir con naturalidad las diferencias y fomentar la cooperación entre compañeros, más que la excesiva competitividad que se observa en tantas ocasiones.
– Tener en cuenta los intereses de los jóvenes y hacerles partícipes en la elección de las modalidades deportivas que quieren practicar, que sientan que son parte del proceso.
La Educación Secundaria Obligatoria es una etapa que marcará los hábitos de actividad física en la adultez y para que se inicien en una actividad deportiva deben adquirir gusto por el deporte. Aquí todos somos responsables: debemos darles la oportunidad de elegir, de cometer errores, de probar, de ofrecerles variedad y opciones novedosas… pero sobre todo, hacerles ver que creemos en sus posibilidades. Los resultados pueden ser sorprendentes.
Como bien dice Stephen R. Convey: “Trata a una persona como es y permanecerá como es. Trata a una persona como puede ser y podría ser y se convertirá en lo que puede y podría ser”.