Autora: Maria Jose Daniel Huerta.
Es suficiente con asomarse a cualquiera de los medios de comunicación para tener conciencia de la necesidad de llevar a cabo un cambio si no queremos acabar con nuestro planeta como escenario de convivencia y relación de los seres humanos.
Por mucha indiferencia que se acumule en los resortes de los seres humanos, todos alguna vez en la vida acabamos reconociendo y rebelándonos contra las injusticias, discriminaciones abusos, vejaciones que se producen en muchos rincones de la tierra contra grupos humanos que suelen tener como factor común el ser los más desfavorecidos. Fotos impresionantes de arriesgados reporteros, relatos terroríficos de arriesgados corresponsales, testimonios de generosos protagonistas de ONG`s y sociedades benéficas, constituyen testimonios de primera fila de algunas de las miserias más importantes de la sociedad actual.
Mirar para el otro lado ignorando dramas de los que unas veces llegan en pateras y otras acaban en genocidios o en relaciones de tiranía y esclavitud, no conduce a otra cosa que alimentar al monstruoso gigante que fagocita todo cuanto no contribuya a sus intereses económicos y mercantiles. Vivimos en la sociedad en la que el éxito se manifiesta en cuentas corrientes millonarias y resultados de explotación de signo positivo sin pensar en los cadáveres que se van dejado por el camino.
Ante esta situación no faltan los que tranquilizan su conciencia acudiendo a rastrillos solidarios, cenas y actos benéficos o cuestaciones altruistas. Es cierto que cada uno colabora como puede, los que contribuyen, pero echar monedas en la hucha de una ONG es como intentar secar un océano con un cuentagotas, no es suficiente para cambiar o poner punto y final a algunas situaciones de injusticia y perjuicio. Paulo Freire, uno de esos visionarios, quizás utópico, que defiende la pedagogía como una de las herramientas para poder cambiar el mundo de la desigualdad y la discriminación, ha alzado en innumerables ocasiones su voz asegurando que: “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que pueden cambiar el mundo”.
El vigente sistema de las desigualdades no se puede solucionar desde mensajes caritativos ni actitudes misioneras o evangélicas. La buena disposición, los gestos generosos pueden paliar detalles o momentos puntuales aliviando cualquier situación dramática, pero el auténtico drama es el que se esconde tras esas cifras millonarias de desfavorecidos que mueren de hambre, de inanición o como consecuencia de enfermedades que nunca deberían inscribirse en el capítulo de las incurables.
Si de verdad queremos afrontar el problema desde la raíz no nos queda otra alternativa que intentar la gran revolución social a través de la educación y de la concienciación, y esto se consigue con un buen sistema educativo sólido y ejemplar. Cualquier otro planteamiento que no conlleve a alterar sustancialmente las columnas ideológicas de la sociedad no será más que un paño caliente o intentar devolverle la salud a un enfermo terminal con paracetamol.
Estamos ante un reto que nos obliga a hablar de la Educación con mayúsculas, donde hay que tener en cuenta la preparación de los docentes que van a asumir las tareas educativas y formativas. En el marco educativo hay que incluir a todos, teniendo también muy presentes a los niños y jóvenes, pues formarán en el futuro la sociedad adulta. En definitiva, resulta imprescindible apostar por una educación que trate de capacitar tanto a los futuros dirigentes, como a los mandos intermedios, como a la clase trabajadora, y por supuesto, a los que ni tan siquiera tienen opción a lograr un puesto de trabajo digno teniendo en cuenta las circunstancias y discriminaciones que existen en el mundo.
Solo a través de un proceso educativo en el que se consiga que los dirigentes sean conscientes de que deben dirigir la sociedad pero que no son señores feudales de “horca y cuchillo” y que deben respetar los derechos de los demás seres humanos y trabajar para mejorarlos, solo así estaremos en el camino de cambiar nuestra sociedad. Si somos capaces de trasladar a los gobernantes una serie de principios, entre los que tienen que figurar el respeto a los derechos de todos los seres humanos, y ellos son capaces de asumirlos, habremos dado un gran paso.
Por supuesto, es necesario corresponsabilizar a través de la educación a toda la sociedad para que se entienda que es posible la convivencia cuando se organiza de forma adecuada el trabajo, los medios de producción y las materias primas. Habrá que trabajar de forma especial con los más desfavorecidos para que puedan integrarse plenamente en la sociedad, conociendo sus derechos y obligaciones, y así, tras cumplir con sus deberes, poder demandar las contraprestaciones de las que son acreedores.
Desde nuestro punto de vista, la inversión en educación, así como la propia rentabilización de esa inversión, debería ser uno de los pilares fundamentales sobre los que tendría que sustentarse un país; sin embargo, en España no es así, el hecho de no existir un pacto político en educación influye negativamente en nuestro sistema educativo, que cada vez se resiente más, y hace eco de profesores, en muchos casos, desmotivados y resignados, familias descontentas y chavales que van pasando de curso por imposibilidad de repetir, sin poder atender a sus necesidades de forma individual por mucho que nos empeñemos en aplicar medidas de atención a la diversidad, ya que se encuentran inmersos en grupos de 25-30 alumnos.
Es evidente que la educación amplía horizontes y es una herramienta que favorece y garantiza la autonomía de las personas, por ello, hay que continuar trabajando con firmeza para crear una sociedad más educada y preparada y poder seguir evolucionando.