Autora: Maria Jose Daniel Huerta.
Hablar de diversidad no es algo novedoso, sin embargo, no deja de ser un tema “delicado”. Como orientadora, soy consciente de que la diversidad conforma la realidad de nuestros centros educativos, y comprendo que todos los profesores tenemos que asumir nuestras funciones atendiendo a criterios que favorezcan la atención de las diferencias para conseguir la normalización del alumnado en el aula. Por tanto, trabajar la diversidad es un principio que ha de estar presente en la enseñanza para ofrecer la mejor opción a cada alumno en función de sus características y necesidades, primordial para contribuir a su desarrollo integral.
Como sabemos, en consonancia con la normativa vigente, es obligatorio disponer en los centros escolares de un plan de atención a la diversidad donde se recojan medidas y estrategias ordinarias y extraordinarias que, pudiendo ser puntuales o duraderas, sirvan para dar respuesta a las necesidades específicas de apoyo educativo. Por este motivo, cuando un alumno se escolariza en un colegio se toma en consideración su historia escolar, sus capacidades, sus dificultades de aprendizaje, así como sus condiciones personales, geográficas, culturales y sociales.
Además, en la misma línea, en las escuelas se llevan a cabo proyectos de inclusión con la intención de crear un clima de respeto hacia las diferencias, potenciando así un ambiente donde se contemplen y asuman como valores que cada uno tiene y que, sin duda alguna, enriquecen el proceso de enseñanza-aprendizaje.
A pesar de que estamos cada vez más sensibilizados con este tema y que la normativa educativa que hace referencia a la atención a la diversidad es muy extensa, a veces, me pregunto si verdaderamente se advierten las necesidades de cada alumno, o si la realidad es otra y estamos encorsetados en un sistema donde hablamos de un currículo con materias y bloques de contenidos que todos nuestros alumnos tienen que cursar. Si queremos atender a este principio no debemos dar la misma respuesta en todo caso. Por ejemplo, no puede ser que en las programaciones haya unos contenidos mínimos y que sean los mismos para todos, porque entonces no estamos atendiendo a las capacidades de cada uno de nuestros alumnos. Lo que para unos, o la mayoría, pueden resultar contenidos mínimos, quizá para una minoría no lo sean. Claro que, a estos efectos, algunos recurrirán a las adaptaciones curriculares, cosa que no está mal si consideramos que pueden facilitar el proceso de aprendizaje de los alumnos que presenten dificultades académicas. Pero en algunos casos el resultado final (que en nuestro sistema educativo se traduce a una nota numérica) no es el ideal, ya que en el supuesto de hacer adaptaciones curriculares significativas el alumno no logrará superar la asignatura a pesar de haber aprobado la adaptación curricular, por tanto, se facilita el proceso, pero no se conseguirán los mismos resultados. Sin embargo, no nos hartamos de hablar de igualdad, de inclusión…
Cuando nos referimos a que la enseñanza obligatoria es una enseñanza básica, habría que matizar muchos aspectos, y, en mi caso, tengo dudas que así sea. Vaya por delante que, como profesora y orientadora, estoy a favor de aprovechar al máximo la enseñanza y ofrecer multitud de posibilidades a los alumnos para que adquieran la mejor formación, pero no puede ser que lo que para unos resulten oportunidades para otros sean obstáculos y compliquen el proceso de obtención de un título oficial de una enseñanza obligatoria. Si como la Ley de educación establece, pretendemos el desarrollo integral de cada alumno y queremos atender a la diversidad “real”, no deberíamos poner límites ni por arriba ni por abajo, deberíamos respetar el desarrollo y la evolución de los alumnos, por lo que el progreso no debería ser el mismo para todos. Desde mi punto de vista, para conseguir una verdadera atención a la diversidad habría que replantearse las bases de nuestro sistema educativo actual e insistir más sobre este tema en la formación inicial del profesorado.