Autora: Maria Jose Daniel Huerta.
¡Con todos ustedes!, el WhatsApp. Sí, sí, apareció, lo albergamos en nuestras casas como un miembro más de la familia. ¿Y ahora? En este momento desayunamos, trabajamos, estudiamos, comemos, nos acostamos y soñamos con él. Pocas serán, para su suerte o no, las personas que ignoran su existencia.
WhatsApp Messenger debe su nombre a la frase “What´s up?” y a la app, diminutivo de “application”, otro anglicismo.
Nos permite intercambiar mensajes, vídeos, fotografías o grabaciones de audio de forma instantánea y, además, ha multiplicado la utilización y el desarrollo de los emoticonos. Pero para ello tenemos que tener conexión a internet, necesitamos datos en nuestros terminales telefónicos para “wasapear”, es decir, nos cuesta dinero. Sin embargo, lo concebimos como un servicio gratuito, y de ahí que corrientemente lo empleemos de forma exagerada.
Cuando instalamos el WhatsApp en nuestros teléfonos, todos, aceptamos unas condiciones de uso manifestando estar de acuerdo con las mismas, aunque la mayoría no las leamos. Total, ¿para qué?
Creo que se trata de una herramienta que sabiéndola manejar puede reportar muchas ventajas, pero actualmente su uso descontrolado genera problemas. Si consultamos las actualizaciones clave y los términos del servicio de WhatsApp Messenger, podemos leer lo siguiente: Uso legal y aceptable. Debes acceder a nuestros Servicios y usarlos solo con fines legales, autorizados y aceptables. No usarás (o ayudarás a que otros usen) nuestros Servicios en formas que: (a) violen, malversen o infrinjan los derechos de WhatsApp, nuestros usuarios u otros, incluidos los derechos de privacidad, publicidad, propiedad intelectual o autor u otros derechos de propiedad; (b) sean ilegales, obscenas, difamatorias, amenazantes, intimidantes, acosadoras, agresivas, ofensivas desde el punto de vista racial o étnico, o que promuevan o fomenten conductas que serían ilegales, o de otro modo inadecuadas, incluida la promoción de delitos violentos; (c) impliquen la publicación de falsedades, declaraciones erróneas o afirmaciones engañosas; (d) se hagan pasar por otra persona; (e) impliquen el envío de comunicaciones ilegales o inadmisibles, como mensajería masiva, mensajería automática, marcado automático y metodologías similares; o (f) impliquen cualquier otro uso no personal de nuestros Servicios a menos que nosotros autoricemos lo contrario. También se indica que la edad mínima para poder hacer uso de esta aplicación es la de 13 años, o como especifica: la edad mínima requerida en tu país para tener autorización para usar nuestros Servicios sin aprobación de tus padres. Y, si continuamos leyendo, podemos comprobar esta otra advertencia: Además de tener la edad mínima requerida para usar nuestros Servicios en virtud de la ley aplicable, si no tienes la edad suficiente para poder aceptar nuestros Términos en tu país, tu padre, madre o tutor deben aceptar nuestros Términos en tu nombre.
Examinadas estas prevenciones establecidas por WhatsApp Messenger con detenimiento, me surgen dudas, y más después de haber leído en ABC que, según el Centro de Seguridad de Protégeles, en nuestro país el 76% de los menores que tienen entre 11 y 14 años consumen WhatsApp de forma habitual, ya sea desde sus propios terminales o desde el de los padres. Llegada aquí, me pregunto: ¿realmente somos conscientes de cómo utilizan los niños y adolescentes esta aplicación? ¿Nos cuestionamos en serio la repercusión que puede provocar su incorrecto manejo?
Quienes nos dedicamos al mundo de la educación, hemos de resolver a diario conflictos que surgen entre niños, adolescentes y entre ambos grupos, esto configura y ha formado parte de la tarea de los maestros y profesores toda la vida, y nadie se lleva las manos a cabeza por ello. Sin embargo, en la actualidad, muchos de esos enfrentamientos resultan por equívocos y malas prácticas que se hacen del WhatsApp. Como profesora testigo del empleo que hacen intento conciliar y aportar toda la información que puedo para concienciarlos y mejorar su utilización, pero es complicado. Muchos adultos también lo usamos de manera errónea, lo que supone un ejemplo inválido para los jóvenes, a lo que hay que añadir que es muy común que los padres no aprecien la gravedad del hecho.
WhatsApp, junto al móvil en sí, se ha convertido en el centro de nuestras vidas, no imaginamos pasar un día sin echarle un vistazo. En cualquier calle, plaza o parque cuídate de no ser atropellado por algún cliente de WhatsApp. Perdemos la conciencia sobre lo que nos rodea, caminamos, comemos, tomamos una tapa o conversamos observando el móvil. También algunos conductores padecen la misma patología… ¡qué peligro! Volviendo al tema educativo, otro aparte podría dedicar a los grupos de WhatsApp de padres, ¡uf! La desviada interpretación del mensaje fruto de las faltas de ortografía puede provocar, igualmente, malentendidos y desagradables disputas. Padres informando sobre deberes o exámenes no mandados o convocados. Niños que no anotan sus deberes porque luego sus padres los piden por el grupo de WhatsApp, o ellos mismos. Aun así, la aplicación puede resultar beneficiosa en casos justificados.
Considero, en primer lugar, que los adultos debemos hacer una profunda reflexión acerca del manejo de esta aplicación, aprender a utilizarla correctamente y saber cuándo usarla; debemos supervisar y limitar el uso a los adolescentes y enseñarles a hacerlo, es decir, ofrecerles unas pautas o instrucciones que no pueden saltarse, en cuyo caso, se debería restringir su uso. Por último, prohibir el manejo a menores de 13 años, no están preparados para percibir el peligro que entrañan las malas prácticas.
Por el ambiente en el que trabajo, lejos está por mi parte dar a entender con este artículo un ataque a alguien, una queja o una pataleta. La genuina intención es la de invitar a la reflexión. Pienso que no somos conscientes del daño que se hace con algunos comentarios, fotos o vídeos que enviamos por WhatsApp.