Autora: Maria Jose Daniel Huerta.
El curso pasado tuvo que clausurarse trabajando a distancia en la mayor parte de nuestro país. La realidad es que la COVID-19 ha generado una evidente revolución en todos los ámbitos sociales. Particularmente en el educativo, en especial al sector docente, le ha obligado a modificar su modo de trabajar para hacer compatible la enseñanza con las medidas sanitarias requeridas.
Cierto es que, tras el periodo estival, las comunidades autónomas afrontaron el inicio del curso actual (2020/2021) debatiendo, sobre todo para la etapa de secundaria, cuál sería la forma de enseñanza más acertada ante el panorama abundante de incertidumbres que se presentaba. Se barajaron distintas opciones, entre ellas la enseñanza semipresencial, alternativa que generaba muchas dudas, dado que las referencias que se tenían de cómo había funcionado la enseñanza online efectuada durante el confinamiento no eran altamente fiables, pues hay que reconocer que los resultados académicos reales fueron enmascarados. Por un lado, las dificultades de algunos alumnos y profesores con el manejo de las tecnologías y los fallos de las líneas de comunicación provocaron que el profesorado no fuese rigurosamente estricto en la evaluación; por otro lado, la “excesiva” ayuda con la que contaron muchos alumnos, brindada por sus familiares, en la realización de las tareas educativas, hicieron que desconozcamos los verdaderos niveles académicos conseguidos.
La opción de llevar a cabo una enseñanza semipresencial a partir de 3º ESO buscaba como objetivo bajar la ratio de estudiantes por aula y minimizar el contacto entre el alumnado para garantizar la seguridad sanitaria, evitando la proliferación de los contagios. La propuesta que ofrecían unas comunidades autónomas era la de dividir los alumnos de cada aula en dos grupos, los cuales asistirían alternativamente, bien por días, bien por semanas, a las clases. Mientras uno de los grupos recibía la formación de manera presencial, el otro grupo la obtendría vía telemática.
Es indiscutible que cuanto menor es el número de personas en un aula, las probabilidades de transmisión de la coronavirus disminuyen. También la enseñanza semipresencial acercaría una meta por la que el profesorado lleva luchando largo tiempo, la reducción de escolares por aula permitiría una atención más individualizada, lo que nos lleva a creer que elevaría el aprendizaje. A grandes rasgos, todo ello favorecería, entre otras cosas, las habilidades tecnológicas de los alumnos, mejorando la comunicación a través de la Red y aumentando su autonomía. Igualmente, en los Centros la capacidad de organización debería mejorar.
No obstante, para que la enseñanza semipresencial funcionase convenientemente el centro educativo habría de contar con una instalación tecnológica potente. Los alumnos en sus casas tendrían que poder ver y oír correctamente las explicaciones del profesor, así como lo que escribiese en la pizarra. Por su parte, el alumnado también precisaría de los dispositivos digitales necesarios, buena conexión a Internet y un espacio adecuado para seguir las clases, o comunicarse con sus compañeros. Aun así, la resolución de las dudas que se les presentase a los escolares sería más difícil de resolver que presencialmente, más aun cuando se tratase de alumnos con necesidades educativas especiales. Hay que tener en cuenta que los recursos informáticos aptos son costosos y no seguir correctamente la clase online puede provocar estrés y ansiedad en los estudiantes. Además, hay que advertir la complejidad de gestionar una clase con alumnos en casa y alumnos en el aula. Seguramente, en ocasiones, los profesores habrían de proponer distintas actividades a los dos grupos de trabajo, estando ocupados un mayor número de horas.
Para la presidenta de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (CEAPA), Leticia Cardenal, la estructura de una educación semipresencial no es operativa para las familias porque genera desigualdades entre los alumnos, y no solo a nivel de equipamiento tecnológico, sino también por parte de los familiares, pues en muchos casos la formación virtual que poseen es muy limitada.
Si bien la enseñanza semipresencial pudiera disponer de algunas ventajas educativas, consideramos que en la medida de lo posible, siempre valorando la situación sanitaria, la enseñanza obligatoria debe desarrollarse de forma presencial, forma con la que los docentes reciben un feedback directo de sus alumnos. De esta manera pueden observar in situ la cara y gestos del alumno ante una explicación y comprobar al instante si la entiende o no, pueden valorar si está despistado o presta la óptima atención, si realiza por sí mismo los trabajos solicitados, si pudiera estar envuelto en un caso de acoso o tener otros problemas extraescolares…