Autora: Maria Jose Daniel Huerta.
El confinamiento ordenado por el Gobierno el mes de marzo del año pasado provocó que los alumnos y el profesorado realizaran gran parte del curso 2019/2020 a distancia, usando las tecnologías. Mucho se ha hablado desde entonces de la brecha digital. Es un asunto de gran importancia, las Tecnologías de la Información y de la Comunicación son fundamentales para la sociedad actual, acercan la información a los lugares más remotos, favorecen la comunicación ciudadana y ofrecen infinitas posibilidades de acción a nivel laboral.
Es evidente que el proceso de digitalización no se está ejecutando de forma igualitaria por todo el mundo, los recursos, las prioridades y los intereses marcan las variadas políticas seguidas por cada país. Según el Instituto Nacional de Estadística, algo más del 90% de los hogares de España goza de acceso a Internet. Por tanto, y sin despreciar ese casi 10% de familias que no disfrutan de este acceso, creo que la brecha digital que afecta a los españoles incide fundamentalmente en el grado de conocimiento que cada uno posee para utilizarlas apropiadamente y sacarles el mayor fruto posible.
Como profesora que trabaja en la enseñanza obligatoria y en la universitaria, he comprobado durante la pandemia que existen dificultades para manejar provechosamente las herramientas digitales que poseemos.
La Consejería de Educación de Castilla y León ofreció tarjetas SIM y dispositivos digitales a los estudiantes que no tenían acceso a la Red. También muchos colegios, institutos y universidades pusieron a disposición del alumnado tablets u ordenadores. Sin embargo, y a pesar de todo ello, hemos sufrido problemas en el momento de enviar y recibir entregas de ejercicios y trabajos, a la hora de establecer conexiones para hacer exámenes o mantener una clase, etc.
Pienso que la sociedad posee recursos digitales, pero no se sirve de ellos al completo porque desconoce su capacidad de funcionamiento. Los adolescentes y los universitarios “controlan” estupendamente las redes sociales y otras aplicaciones de ocio, pero, al mismo tiempo presentan graves carencias para navegar por la Red y usar los instrumentos digitales para la realización de tareas cotidianas o de su formación de manera óptima y segura.
El déficit de aprendizaje digital alcanza también a otros grupos poblacionales que, en este orden de cosas corren riesgo de exclusión social. Personas mayores e individuos que con menor formación tienen que hacer frente a las barreras digitales, cada día más profusas, que se le plantean cuando acuden a las distintas administraciones, bancos, tiendas o bares. Correo electrónico, certificado digital, código QR, etc., son términos o expresiones alejadas de su comprensión.
Volviendo al espacio educativo, creo que la verdadera brecha digital se manifiesta en la ausencia de instrucción digital o tecnológica en parte de la comunidad educativa. A día de hoy existen profesores, alumnos y familias que tienen serias limitaciones para efectuar trabajos que requieren un nivel informático básico, lo que supuso grandes problemas y sufrimientos durante el confinamiento.
Enviar correos electrónicos, buscar información en Google, conectarse a una clase online…, son actividades que se hacen desde un ordenador, pero también pueden ejecutarse desde un teléfono móvil con conexión a Internet. ¿Quién no tiene un teléfono con datos? No conozco la estadística al respecto, pero creo que son pocos, muy pocos, los progenitores o tutores de alumnos en enseñanzas obligatorias que carezcan de uno. Es esencial que nos demos cuenta de las verdaderas posibilidades que ofrecen los dispositivos digitales y que, hoy ya es tarde, intentemos realmente poner en marcha todas las funciones de las que están dotados.
Por todo ello considero que todas las escuelas deberían tener un plan de digitalización bien estructurado que incluyese a toda la comunidad educativa, primando en su desarrollo la formación de todos los colectivos integrados en la misma.