Autor: Cesar Benito Gonzalez.
Con este artículo inauguramos un nuevo curso de la sección Servicios a la Comunidad de la Revista Digital del portal web de educación de la Junta de Castilla y León. Y lo hacemos con la misma ilusión y energía que la primera vez, con el objetivo de dar a conocer el perfil profesional del profesorado de Servicios a la Comunidad y poner un poco de luz sobre la realidad y el trabajo que realizamos estos profesionales.
En esta ocasión, y partiendo de la mirada amplia que ofrece la perspectiva de trabajo del PTSC, quiero hacer hincapié en la importancia de la relación existente entre las distintas esferas superpuestas que influyen en los procesos educativos y de aprendizaje del alumnado. Estos contextos de desarrollo son la escuela, la familia y la comunidad, y de su adecuado entendimiento e intregración en torno al proceso educativo de niños y niñas, depende en gran medida la consecución de unos objetivos que son comunes a todos ellos.
Como ya he dicho la vida durante la infancia y la adolescencia se desarrolla en diferentes contextos, entre los que toman especial relevancia la familia, el centro educativo y la comunidad en la que se asientan. La familia tiene una importancia crucial para el desarrollo infantil. En la familia, no sólo se perfeccionan los instrumentos culturales o se incorporan nuevos conocimientos, sino que además se establecen pautas de conducta, se conforman actitudes y se transmiten valores vitales para el futuro de niños y niñas, y adolescentes. Dadas las características de la sociedad actual, el contexto educativo es la forma de apoyo social más importante que tienen las familias para ejercer su función educativa. A su vez el centro educativo, es el contexto en el que el alumnado adquiere conocimientos y competencias sociales y culturales, a la vez que pone en práctica, moldea y asienta las actitudes y valores que le van a conformar como persona y ciudadano o ciudadana. Ambas esferas se asientan en una comunidad que actúa como soporte físico y simbólico. Todos ellos comparten objetivos y tareas, así como necesidades y problemas, y sobre todo, comparten la responsabilidad de ser los principales contextos de desarrollo de los niños y niñas, y adolescentes. Esta realidad exige el establecimiento de unas relaciones escuela-familia-comunidad fluidas y comprometidas, que sirvan para concretar el propósito compartido de educar a sus miembros.
Dentro del sistema educativo y en la realidad escolar es la figura del profesorado de Servicios a la Comunidad la que tiene reservadas las funciones más directamente relacionadas con el entorno sociocomunitario y la realidad sociofamiliar del alumnado, sin menoscabo de la responsabilidad y compromiso de los equipos directivos. Es por ello que el PTSC desempeña un rol central en la promoción y el reconocimiento del papel que las familias juegan, no solo en la educación de sus hijos e hijas, sino dentro del propio sistema educativo.
Pero la relación entre familia y escuela que se ha establecido desde la existencia de la educación obligatoria nunca ha sido una relación fácil y siempre ha estado marcada por la controversia. Incluso hay autores que la califican como problemática, presidida por cierto recelo, en base a los diferentes puntos de partida desde los que cada una de estas instituciones construye su consideración del menor. En el pasado las relaciones entre familia y escuela se consideraron desde la perspectiva de la división de funciones, encargándose la familia de la socialización de los niños y niñas, y la escuela de la enseñanza de conocimientos. Pero los cambios en la sociedad han desdibujado las fronteras entre ambas instituciones y sus funciones respectivas. A partir de ese momento, la relación entre las familias y la escuela se ha definido habitualmente en términos de participación de los progenitores en la institución escolar que, desde una posición dominante, exige su implicación, culpabilizando en ocasiones a la familia por su desinterés en torno a lo escolar, pero imponiendo a su vez un papel secundario y limitado a los intereses y necesidades de la escuela. Además se podría afirmar que las prácticas educativas formales tienen en general una naturaleza descontextualizada de su entorno más próximo, generando una separación entre los contenidos y la realidad. Esta distancia facilita el desinterés y la desmotivación del alumnado que, además, no se identifica con lo escolar. A pesar de estas dificultades hay que mantener una expectativa positiva sobre la capacidad de los distintos agentes para lograr llegar a un necesario entendimiento en torno a la educación de la infancia y la juventud.
Son muchos los motivos que se pueden aducir para justificar la necesidad de establecer vínculos e interconexiones entre las tres esferas que están ligadas a la educación de los niños y las niñas: escuela, familia y comunidad. Unos ponen el foco en lo académico, otros en la mejora de la percepción de lo escolar del alumnado o de su estado emocional, otros en el cumplimiento de nuestros objetivos como sociedad y en la profundización de la democracia, también en la mejora de las dinámicas familiares y la asunción de estilos educativos familiares más beneficiosos para los menores, etc. La implicación de las familias en la acción educativa de la escuela se considera hoy día uno de los factores determinantes en el éxito escolar de los niños y niñas. Siempre que esa implicación nazca del establecimiento de una relación constructiva y positiva compartiendo responsabilidades, en el marco de una comunicación bidireccional. Además de la mejora en los resultados académicos hay un mejor clima y disciplina escolar, menores índices de fracaso y abandono y mayores tasas de graduación. La participación de las familias también revierte en la calidad del centro y del trabajo docente, pues mejora la percepción de su propia labor. Por otro lado, mejora la calidad de la gestión de la educación, democratizándola y promoviendo mayores cotas de igualdad y justicia social. También para las familias el impacto es positivo mejorando la relación con sus hijos e hijas y modelando los estilos educativos familiares.
Pero dicho esto hay que tener en cuenta que son las escuelas las que tienen los recursos y la mejor situación de partida para tomar la iniciativa para la integración de las familias y de la comunidad en su propuesta educativa. Son las escuelas las que deben dar el primer paso, diseñando programas de trabajo incardinados dentro del proyecto educativo de centro. Pero hay que aclarar que, aunque las propuestas de cooperación e integración tienen que partir de la escuela, debe ser como parte de procesos de escucha e intercambio con las familias y la comunidad. De otra manera podríamos estar imponiendo modelos estándar que no tienen en cuenta las dinámicas propias de cada escuela y cada comunidad. Así, resulta complicado sistematizar un protocolo de trabajo para la participación de las familias y la comunidad en los centros educativos; incluso yo diría que no sería conveniente ni deseable. La integración escuela, familia y escuela, debe ser el eje del diseño de las políticas educativas y del propio sistema educativo.
Mientras llega ese momento, en los próximos artículos iré desgranando propuestas concretas, basadas en su gran mayoría en experiencias reales y cercanas, en las que juega un papel central la intervención del profesorado de Servicios a la Comunidad como parte de sus funciones.
César Benito González es PTSC en el EOEP General de Portillo (Valladolid)
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