Autora: Maria Jose Daniel Huerta.
Con anterioridad a la pandemia ya se hablaba de la importancia de la educación emocional en los niños, incluso, en algún momento, se barajó la posibilidad de introducirla en el currículo escolar para enriquecer las competencias socioemocionales con la intención de beneficiar el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Actualmente, la indeseada presencia de la COVID-19 ha causado gran impacto a nivel psicológico en todos los sectores de la población. Según el informe Promoción del bienestar socioemocional de los niños y los jóvenes durante la crisis (2020) de la Unesco, la falta de socialización, la pérdida de allegados, la clausura de los colegios prolongada más allá de tres meses, las difíciles situaciones por las que han pasado algunas familias tras perderse muchos puestos de trabajo, la imposibilidad de salir a la calle todo lo que se quiere, etc., ha generado respuestas emocionales negativas como: estrés, ansiedad, incertidumbre, temor…, en niños y en personas adultas. Esta sucesión de acontecimientos ha llevado a que, a nivel internacional, se apueste por trabajar las habilidades socioemocionales en toda la comunidad educativa sin exclusión, concerniendo tanto a profesores como alumnos y familias.
La terminología educación emocional se refiere al proceso educativo que pretende favorecer el desarrollo y la gestión de las competencias emocionales para alcanzar o incrementar el bienestar de las personas. Es indudable que, cuando las personas aprenden a canalizar sus sentimientos y sensaciones están capacitadas para ofrecer respuestas comedidas y ecuánimes.
Bisquerra, presidente de la Red Internacional de Educación Emocional y Bienestar (RIEEB), afirma que si no se presta atención al desarrollo de las emociones es muy probable que aumenten los miedos, la depresión, el estrés, la ansiedad, las conductas compulsivas… En el mismo sentido, la Asociación Española de Educación Emocional señala que los docentes han de tener presente que el proceso de enseñanza-aprendizaje resulta mucho más productivo cuando los alumnos muestran equilibrio emocional y una excelente salud mental.
Hasta la fecha, no se ha incluido la educación emocional en el currículo, sin embargo, la Unesco sostiene que la ausencia de este tipo de educación en los planes de estudio puede interferir negativamente en la productividad de la población activa, hasta el punto de augurar pérdidas de alrededor del 29% del PIB de los distintos países. Pronóstico que, de ser cierto, es un auténtico fracaso.
Advertimos en la modificación de la Ley de Educación (LOMLOE), de 29 de diciembre de 2020, que su artículo 19 trata los principios pedagógicos y en su contenido establece que “se pondrá especial atención a la educación emocional…”. Es decir, los legisladores invitan a trabajar la educación emocional tanto en EP como en ESO desde todas las materias, lo cual contribuye a pensar que habrá que preparar al profesorado, pues parece inevitable que los docentes también aprendamos a gestionar nuestras propias emociones. Como apunta Bisquerra, más del 90% de los profesores nunca ha recibido formación en educación emocional.
Pero la Unesco aún va más allá, ha solicitado a los Gobiernos que incorporen el aprendizaje de las competencias socioemocionales a la totalidad de los ambientes educativos, en el formal, en el no formal y en el informal y, además, en todos los niveles, aprobándolo como una necesidad de crear un tiempo específico para ello.
Desde mi punto de vista, para ejecutar las directrices de la nueva ley y trabajar la educación emocional, se tendrán que concretar las competencias socioemocionales a desarrollar en cada etapa y nivel educativo, incluirla en la formación inicial y permanente del profesorado, facilitar la labor con la misma dentro de todos los colectivos del orden educativo para trabajar coordinadamente y elaborar una plan sobre educación emocional que pudiera ser evaluado para posteriormente comprobar los resultados obtenidos