Autora: Rosa Fernández Pérez.
El compromiso ético se enmarca en la aportación que pueda hacer el profesional
para elevar el grado de humanización de la vida social.
Difíciles palabras en el mundo actual. Ya dice Adela Cortina (2000). “la profesión va más allá de una ocupación que permite obtener ingresos y estatus social, puesto que en realidad es una práctica social que adquiere su verdadero sentido y significado en el bien o servicio que proporciona a la sociedad”.
Está claro, o debería estarlo, la idea de que la profesión se adquiere por una serie de conocimientos, habilidades, capacidades y destrezas, que dan la posibilidad de ejercer un determinado tipo de trabajo. Si a estas aptitudes les unimos la palabra “ética”, la dimensión de la profesión se une a otro terreno muy diferente. Las principales características que unen a la profesión la palabra “ética” son: compromiso y responsabilidad.
El profesional ético no es aquel que realiza de forma automática y continuada su labor, sin tener en cuenta ningún aspecto de la persona o personas que tiene delante. Debe tener un compromiso, es decir, una preparación adecuada al trabajo que ejerce, habilidades y capacidades para ejercerlo y con el sentido crítico suficiente para saber cuál es lo que “conoce y domina” y todo aquello que “desconoce o no domina”. A un profesional no se le pide que entienda de todas las materias, pero si, que reconozca y asuma hasta dónde llegan sus límites.
Piense en un profesional de la fisioterapia, por ejemplo, que le dice su diagnóstico y añade. “Vd. no se preocupe que esto se lo puedo curar sin problema”, pero, con el paso del tiempo, Vd. se da cuenta que su malestar no mejora. Ahora imagínese otra persona de esta misma profesión que le dice su diagnóstico y continúa: “Yo le trato este problema, pero si en algún momento veo que no puedo llegar más allá o que no nota mejoría, yo mismo se lo diré y va a otro especialista”. Piense quién de los dos le gustaría que le tratara su dolencia.
Quizás lo que ocurre es que no se escucha a la persona que hay delante, su malestar, que es lo que le sucede. Prestando atención sería la única manera de ayudarle a mejorar. De la otra forma, estaría el profesional resolviendo “el tema que él conoce”, no lo que realmente le ocurre al paciente.
La otra faceta característica del profesional ético es la responsabilidad. Esta conducta significa que el profesional desarrolla al máximo y de modo excelente su trabajo. No significa sólo que lo realicen de forma eficaz, sino que sus habilidades profesionales van dirigidas a lograr una satisfacción de la población.
En este marco de análisis de la ética profesional, se ha visto que lo que verdaderamente distingue a este tipo de profesionales es la el asumir que su trabajo tiene unas consecuencias y el fin último de las mismas es el favorecer al individuo y a la sociedad.
Si el ejercicio de una profesión no busca lograr el bien común, únicamente buscará el beneficio personal. Se estaría hablando de expertos con objetivo claro de humanidad, no la búsqueda de un beneficio personal (ganar más dinero, el reconocimiento personal, el poder, …). Si esto no fuera así, la población podría ser una de las instancias que debería exigir el respeto hacia ella. Si esto no fuera suficiente, la ciudadanía debería asumir también, sus propias responsabilidades y participar directamente en los campos necesarios reclamando la “altura ética y moral” que desean en los profesionales. La sociedad civil, con su actuación, será la que irá determinando los valores y principios éticos que vayan rigiendo la sociedad.
La ética profesional no debe ser un conjunto de normas, obligaciones y prohibiciones, sino que debería tener un horizonte amplio: en el sentido social y en la razón de ser de la profesión.
Tanto si somos sociedad civil como profesionales, o, si somos ambas cosas, tenemos una importante labor que realizar, y está en nuestras manos. La gobernabilidad de una sociedad más cívica debe tener un grado de participación de la ciudadanía para poder encaminar su propio destino.