Autora: Rosa Fernández Pérez.
Todos conocemos cómo triunfar en la sociedad actual:
- Si tiene un jefe, dígale que “si” a todo, no ponga en duda su criterio y sobre todo, sonría. Eso sí, alguna vez dígale algo interesante de su “vida”, nunca algo profesional.
- No destaque profesionalmente, ni tenga ideas brillantes, o simplemente buenas. Si las tiene, olvídese de ellas, y no las diga en alto. Si lo hace, será discriminado y relegado a un lugar que será “mirar a la pared” o el “lugar de pensar”, para que reflexione sobre el desacato cometido.
- Asista a todos los evento lúdicos con los compañeros de trabajo, comidas, recepciones, actos de reconocimiento, etc… Si no lo hace, creerán que no forma parte de “su círculo” y no le tomarán en serio, será arrinconado en el trabajo y un “ente en el olvido”.
- No lea libros publicados por académicos, científicos, escritores de prestigio,… eso no es lo que cuenta. Lo importante es leer internet, periódicos y folletos varios, así podrá hablar de lo que habla todo el mundo y no se sentirá discriminado.
- Si piensa que es un profesional, ¡cambie¡, es mejor que aprenda a sonreír y no ser una persona discordante. Este sistema no va a aceptar a alguien que cuestiones los programas laborales, y mucho menos, aquel que intente actuar desde la ética y la moral (aunque todo el mundo hable de ello).
- No se sienta orgulloso por un trabajo bien hecho o contento con lo que ha realizado, puede suponer que será objeto de represalias (el poder dominante no tolera este comportamiento).
- Cuide su imagen, cómo viste y como se mueve. Siga la línea marcada por vestimenta de los jefes, del poder tácito. Si destaca de alguna manera, ya está perdido!!!!
Quizás se sienta identificado con alguna de estas situaciones, o con otras similares; o quizás no. Sea de una forma u otra piense en la situación actual. Tal como se publicó en un artículo periodístico, estamos en la “La sociedad del sándwich mixto: A nadie le disgusta un sándwich mixto pero difícilmente alguien lo elegiría para el menú de su boda o como última cena en el corredor de la muerte” (Periódico El Mundo, 4 de septiembre de 2019). Según Deneault, nos encontramos en un momento histórico en el que ha cristalizado un peligroso fenómeno social: la mediocracia. Este concepto es “estar en la media”, ni arriba ni abajo. Pero lo realmente significativo es la instauración, en la sociedad de la mediocracia, de la conformidad en todos sus miembros. Este conformismo alienta a vivir y trabajar de manera automática, sin plantearse razones ni causas y sin pensar en el porqué de las cosas. De hecho, todos los trabajos están estandarizadas, las decisiones marcadas por las llamadas “crisis económicas” y “estar a la moda” sigue un patrón muy definido, sin diferencias.
¿Por qué estamos tan apocados intelectualmente, sin plantearnos lo que sucede a nuestro alrededor? Quizás es que, cualquier cuestión actual, se justifica desde la perspectiva económica. Cualquier problema se ataja desde lo financiero, en resumen, el dinero marca nuestras decisiones.
Se sabe que en la sociedad actual, los ricos son más ricos y se siguen enriqueciendo porque les fluye la riqueza de forma ¿inevitable?. Esta afirmación se respalda desde muchos campos, convirtiéndose en algo que no se cuestiona. Nuestro cerebro lo que quiere es llegar a ser rico a consta de lo que sea, y de manera inmediata. No nos planteamos que si la desigualdad entre las personas es elevada, quizás es porque dejamos que suceda.
Nos encontramos en una sociedad donde se han acuñado términos que aceptamos sin más, sin pensar, sin analizar las consecuencias. Subscribimos que nos identifiquen como “recursos humanos”; clientes del Black Friday; hablamos sobre los problemas de “los mayores”, “de los “migrantes”, de los “sin techo”, de los “ilegales”; ahora ya no se despide del puesto de trabajo, simplemente “flexibilizamos” las plantillas para mejorar el empleo; ahora los trabajadores de la banca pasan a ser “asesores financieros” (quizá para poder exigirles más responsabilidades); ahora existen muchos “conflictos bélicos”; tenemos problemas, pero son un “daño colateral” inevitable; no podemos actuar de forma moral porque es necesario pagarnos la hipoteca, el coche, dar de comer a nuestros hijos. Así, vivimos con “mascotas”, no con animales.