Autora: Rosa Fernández Pérez.
“El deseo no desea la satisfacción. Por el contrario, el deseo desea deseo”
Mark C. Taylor y Esa Saarinen
Pensemos en nuestras reacciones diarias, en nuestro modo de actuar. De repente nos despierta interés un producto, no pensamos si lo necesitamos o no, pero nos apetece tenerle y, además encontramos “multitud de razones” para adquirir ese artículo. Rápidamente se convierte en una urgencia, en una compulsión difícil de aliviar. Se calma con la “compra”. Pero, al momento, volvemos a “necesitar” otro producto de superior gama al que tenemos.
En este proceso nos creemos libres al elegir ese objeto y que es nuestra libertad de elección la que nos hace adquirirlo. Pero esta sociedad ha creado un comercio de seducción y de tentaciones en las que la libertad no es tan clara. En este mercado no buscamos el producto en sí, sino lo que representa “tener ese producto”. Nos hace presumir de un status y éxito social.
Alguna de las frases que nos sirve de excusa para comprar, son…
– todo el mundo lo tiene, ¿por qué yo no?…
– tengo que integrarme, que estar al día, a la moda…
– ¡Para eso trabajo!…
– Esta camisa ya tiene mucho tiempo, tengo que cambiar…
etc…
Además, el “no consumir” nos “excluye” del grupo.
Tengamos presente que en esta sociedad consumista, nadie puede convertirse en un “sujeto de consumo”, sin haberse hecho “producto” antes, tal y como decía Bauman. Somos seres vendibles. Nuestras relaciones de amistad las buscamos en internet, en redes sociales; nos lanzamos a encontrar parejas dentro de un ordenador, de una aplicación de móvil. Nuestra interactuación con los demás se convierte más cómoda, no nos relacionamos personalmente, lo hacemos delante de una pantalla. Asimismo démonos cuenta de cómo tratamos a nuestros mayores, cómo nos comportamos con los más pequeños, con nuestros compañeros de clase que ya no son amigos, son “nuestra competencia”. Estos son algunos ejemplos de relaciones, donde el ser humano ha dejado de tener valor “humano” para pasar a ser un simple objeto de producción o consumo.
El hecho de consumir supone además, trabajar duramente para conseguir dinero que nos permita obtener el objeto deseado; tiempo y medios para desplazarnos a buscar el objeto y compararlo con otros para encontrar el adecuado; volver a trabajar más duramente para conseguir más dinero que nos permita conseguir otro objeto mejor que el anterior…. Demasiado tiempo empleado en comprar, que nos impide dedicarlo a nuestras amistades, a nuestros padres, a nuestros hijos, a nuestras aficiones,… a nosotros mismos. No solo compramos con dinero, compramos con “nuestro tiempo”.
Vivimos en la cultura del usar y tirar, fortaleciendo así, el hábito de comprar. No nos olvidemos de la publicidad que inunda nuestra vida, que nos induce a “crearnos necesidades” y estimularnos para modas efímeras. Dentro de todo ello estamos nosotros, personas con capacidad y responsabilidad en nuestras decisiones.
Si queremos que nuestro consumo sea responsable no hemos de mirar solo el precio y la calidad en los productos y servicios que elijamos, sino cómo se han producido, en qué condiciones laborales, si se ha elaborado en circunstancias de explotación infantil, cual es el impacto al medio ambiente, si se puede reciclar, si es saludable y si lo necesitamos realmente. Serán nuestras elecciones de consumo las que determinen el tipo de sociedad, de economía y de vida que queremos.
Todo este consumismo trae consecuencias. En la Cumbre de la Tierra de 2002, la Declaración oficial de Naciones Unidas determinó que de “las principales causas de que continúe deteriorándose el medio ambiente mundial son las modalidades insostenibles de consumo y producción, particularmente en los países industrializados». En este sentido Naciones Unidas hace una llamada a revisar estas modelos insostenibles, recurriendo a modelos de consumo responsable. En la Asamblea de Naciones Unidas de septiembre de 2015, donde se fijaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el número 12 establece la necesidad de: “garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles”.
Datos reales nos dicen que el 80% del consumo mundial es para el 20% de la población que cuenta con mayor poder adquisitivo, y el otro 80% restante de la población consume solo un 20%.
Como conclusión de lo relatado hasta ahora, se puede apuntar que vivimos en una economía de excesos y de desechos, y no olvidemos también, en una economía del engaño (tal y como decía Bauman). La mayoría de los productos que consumimos no duran, son desechables a corto plazo y eso es lo que asegura el deseo de consumir de nuevo. La obsolescencia y la obsolescencia programada son necesarias para que la sociedad de consumismo sobreviva.
Continuaremos con esta reflexión en próximo artículo que tratará sobre el paso de esta economía lineal y de obsolescencia a una “economía circular”. Este es el nuevo reto europeo en el Horizonte 2020. Descubriremos de qué se trata.
Dejo un video interesante sobre el tema que se ha tratado, “La Historia de las cosas”
https://www.youtube.com/watch?v=ykfp1WvVqAY
Imágenes: Pixabay.