Autora: Roberto Alonso Tajadura
Definida la localización de la empresa como el lugar físico elegido por el empresario para emplazar las explotaciones e instalaciones técnicas propias de una actividad económica, su decisión adquiere un marcado carácter constitutivo, estructural y estratégico. Difícil de corregir una vez adoptada, esta decisión condicionará a la empresa durante un largo periodo de tiempo –incluso, toda su existencia– y determinará, en mayor o menor medida, el éxito o el fracaso del negocio.
A la hora de analizar la localización de la empresa, la problemática radicará, pues, no tanto en lograr una definición lo suficientemente válida, sino en establecer su localización optima, es decir, el lugar que, en términos de eficiencia, permita optimizar el empleo de los recursos productivos y el desarrollo de la actividad. En este sentido, algo parecido sucede con el tamaño de la empresa. Más importante que definir cuál es su dimensión, es conocer su tamaño óptimo.
A tal efecto, es preciso analizar y manejar todos los factores que puedan afectar a una decisión tan importante. Básicamente, y en función de su naturaleza, se pueden reconocer factores de demanda, oferta y entorno.
Como variables de demanda y consumo, ya sea actual o potencial, podemos identificar:
– la capacidad del mercado para absorber la producción.
– la proximidad de la empresa a los consumidores.
– el estado de los canales de distribución y comercialización, etc.
En relación con la oferta, resulta indispensable tener en cuenta:
– el grado de disponibilidad de los recursos productivos, en términos de aprovisionamiento de materias primas, suministro de energía, abundancia y calidad del agua, etc.
– la existencia del espacio físico necesario.
– la incidencia de los costes de producción (calificación y precio del suelo, precios de los factores productivos y la energía, sueldos y salarios, etc.).
– la cualificación laboral y profesional de los trabajadores, etc.
A su vez, en el entorno es preciso distinguir entre:
– variables físico-técnicas, como:
– la presencia de infraestructuras y redes de comunicación.
– el impacto medioambiental.
– la seguridad frente a siniestros, etc.
– variables socio-políticas, como:
– el grado de conflictividad laboral.
– el nivel de bienestar social.
– la sensación de estabilidad política, etc.
– variables económico-financieras, como:
– la capacidad para acceder a fuentes ventajosas de financiación.
– la existencia de incentivos fiscales, etc.
Sea como fuere, al margen de esta clasificación, es necesario considerar también el llamado factor de aglomeración empresarial, cuya importancia reside en el aprovechamiento de los efectos sinérgicos y las ventajas derivadas de la acumulación de empresas que, en un enclave o zona señalada, se dedican o pertenecen a una misma rama de actividad.
Por último, conviene tener en cuenta la distinción que se establece entre el domicilio fiscal y social de las empresas.
Se entiende por domicilio fiscal aquél en que se encuentra, efectivamente centralizada, la gestión administrativa y la dirección de los negocios de la empresa. Esta circunstancia implica que será en este lugar donde se proceda tributariamente al pago de los correspondientes impuestos.
Por su parte, el domicilio social puede ser cualquier otro, en virtud de la libertad de establecimiento con que cuentan las empresas para ubicar su centro de actividad económica (producción, distribución, etc.).
En definitiva, sólo coincidirá el domicilio fiscal con el social, cuando en éste se encuentre la efectiva gestión y dirección de la empresa.