Autora: Rosa Fernández Pérez.
“La Tierra ofrece lo suficiente como para satisfacer lo que cada hombre necesita, pero no para lo que cada hombre codicia” (Gandhi)
El libro de Sergio del Molino ha dado nombre a amplias zonas de la España interior: “la España vacía”, y también ha avivado la discusión política, social y económica sobre la pérdida de población de las zonas rurales. Un medio rural que supone el 80% del territorio español, pero en él solo vive el 20% de la población, y esa cifra va en descenso[i]. Cifras alarmantes que han llevado a hablar de la “no rentabilidad económica” de ciertos servicios en los pueblos, como la sanidad, educación, transporte público, etc…
Históricamente, desde los años 50 y 60 con el comienzo de la industrialización, en España comenzó el proceso de despoblación del mundo rural, que produjo un desplazamiento progresivo de personas de los pueblos a la ciudad. En un primer momento, las ciudades se construyen para albergar a trabajadores de las nuevas fábricas e industrias, construyendo para ello, bloques de viviendas rápidas y en vertical, para alojar a la mayor cantidad de personas posibles en el menor espacio. Construcciones y formas de diseño de viviendas y edificios que favorece una vida urbana generadora de desinterés por lo que le sucede al otro (Luja y otros, 2014). Estas aglomeraciones de población en núcleos urbanos pasan a convertirse en residencias para ciudadanía que debe producir, además de lugares que favorecen el aislamiento de las personas, la insensibilidad en todo aquello que no sean intereses personales y la desafección de lo público (Camps, 1993).
Más adelante, las líneas políticas de actuación han afianzado la despoblación de los pueblos de forma continua y se puede apreciar en ejemplos como la apuesta por líneas de ferrocarril de alta velocidad que olvidan las comunicaciones de comarcas y pueblos; los servicios públicos se han ido abandonando en las zonas rurales sin unas explicaciones convincentes; se instaura un modelo de agricultura que favorece a grandes inversores (multinacionales) en contraposición a pequeños agricultores; políticas de macro- granjas que también favorecen a las grandes empresas, arrebatando el trabajo de los ganaderos; expropiación de tierras para grandes construcciones; fuertes obstáculos en cultivos extensivos favoreciendo una agricultura intensiva perjudicial para el medio ambiente; proyectos mineros en zonas ricas en manantiales de agua y un larguísimo etcétera que sigue en aumento.
Esta trayectoria de políticas desfavorecedoras de la vida en el medio rural es una evidencia, y no es razonable trasladar a la población un mensaje diferente. Lo que como ciudadanía hemos de reflexionar, de una forma racional, son las consecuencias económicas, culturas y sociales, que supone este desvío de población de lo rural hacia otras estructuras más pobladas (áreas metropolitanas, ciudades, pueblos residencia, etc…). Es claro que este abandono físico del territorio rural, aparte de todos los desequilibrios que provoca, es una estrategia económica de las transnacionales para el “acaparamiento de tierras” en favor de intereses privados[ii][iii]. Estos intereses a favor de multinacionales y grandes fondos de inversión, produce un empeoramiento de las condiciones de vida para la ciudadanía en general, por una priorización de los beneficios económicos a favor de estas grandes empresas, una dependencia de las importaciones agrícolas y alimentarias. Todo este sistema de concentración empresarial en el mundo rural cuenta con el respaldo de los gobiernos, suponiendo un control económico y social de la ciudadanía. Con estas estructuras corporativas se asegura que la población consuma los alimentos distribuidos por ellas, estableciendo precios arbitrariamente y convirtiendo la nutrición en una mercantilización. Todo esto, sin olvidar el peligro en la pérdida de la biodiversidad y de los recursos naturales.
En el otro lado de la historia están los agricultores y los habitantes de los pueblos que trabajan las tierras como medio de vida y sustento. Estas personas están en situación de gran vulnerabilidad y poco apoyo institucional frente a estas grandes empresas. Pero también están todo el resto de personas, vivan donde vivan, sometidas a una alimentación dirigida por estas empresas, y con una pérdida en recursos naturales que dificulta la construcción de un presente y futuro sostenible (White et, al, 2012).