Autora: Rosa Fernández Pérez.
“La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”
(John Lennon)
Vives en un mundo organizado, o al menos, eso crees. Todo tiene sus leyes, sus espacios, su simbología y así te sientes sereno, porque este “aparente” orden te ofrece tranquilidad. Aunque existan tormentas, terremotos, enfermedades, … ansias el equilibrio que desprende la inercia de lo conocido. Esta distribución del orden se establece desde el mundo de lo material. Así, te sientes sereno con tus sitios de ocio, tus lugares de compra, tu nuevo móvil, tu nuevo traje, …; y el consumir y ver a personas por las calles te da la sensación de alegría y de progreso.
Este progreso alimentado desde el capital, parece que te reporta grandes beneficios materiales, pero no piensas en todas las desventajas sociales que van asociadas a él. Los valores culturales y sociales, el valor de la sabiduría, el cuidado del pensamiento, del conocimiento y los grandes pensamientos filosófico, han sido suplantados por un sistema racional, que generó, lo que Weber[1] llamó “desencantamiento” del mundo.
Este puzle vanguardista y ordenado, configura una sociedad formada por un conjunto indeterminado de “dominaciones”. Estas dominaciones suponen una estructura racional, donde están, por un lado, los que organizan y ofrecen estabilidad, disciplina y seguridad. En el otro lado, están los receptores sobre los que actúa, que son los que dan legitimidad a todo este entramado. Estas envuelto en varias clases de dominaciones, como es la dominación legal, que supone la existencia de normas reguladoras de la convivencia; la dominación de la autoridad, aquellas personas que por puestos de trabajo o su concepción social del mismo, se las concede un poder de supremacía sobre el resto; también está la dominación carismática, líderes a los que se les otorgan cualidades (aunque con desconocimiento sobre si las tienen); la dominación del consumo, al que no se controla ni se le pregunta que hace con nosotros ni para qué sirve; y así se podría seguir hablando de dominaciones, como imposiciones que forman parte del día a día y, que se admiten como imprescindibles en una sociedad de progreso.
Toda esta organización está creada para los humanos, desde los humanos y supuestamente, para su propio beneficio. Piensa en algún ejemplo, “tienes una casa que quieres vender. Pero alrededor de lo que puedes hacer con lo que es tuyo, hay un montaje normativo que puede llegar a ser asfixiante. Esta casa, aunque sea tuya, y, por tanto, tienes libertad para hacer lo que estimes conveniente con ella, debes pasar por trámites de dominación legal cambiante, que provocan que no puedas hacer lo que quieras con ella. O que, con cambios de leyes que se producen con bastante frecuencia, esa casa (que es tuya) tiene que pasar por un filtro de trámites largos y, sobre todo, costosos para que “el nuevo papel legal” realmente atestigüe que lo que es tuyo, realmente lo es. Alrededor, por lo tanto, de tu casa, se producen un entramado de empleos que de otra forma no existiría, y que, además, su sentido es certificar lo que existe y es. Otro ejemplo puede ser tu dinero. Lo tienes en un banco, porque es el lugar elegido por la sociedad para guardarlo, pero el banco decide cuando puedas sacarlo, cómo puedes hacerlo, desde dónde y cuánto te cobra por tenerlo allí, a pesar de ser el lugar, que como sociedad se ha decidido que es donde tiene que estar el dinero”.
Estos son solo dos ejemplos, pero pueden pensar en otros más.
Algo tan sencillo como tu libertad de actuación, parece que no es tal, y se enmarca en una estructura, racional y garantista, que encauza la dirección que debe tomar tu voluntad.
Este ritualismo transforma las reglas y procedimientos de gestión que, en principio no son más que medios para alcanzar unos fines, en “fines” en sí mismos (Weber, Max)
Esta disposición de funciones tan organizada, con tareas, responsabilidades, jerarquías, oficinas, cadenas de mandos, etc., cada vez más, se ha ido convirtiendo en un modo de vida impersonal. Pero esta impersonalidad se ha incrustado en tu forma de vida, se ha normalizado y se ha instaurado en tu forma de existir.
El sistema vital te ofrece los soportes a los que agarrarte para creer que estas en una existencia basada en la “certidumbre”, en una sensación de seguridad imaginaria. Aunque, si lo piensas, la realidad nunca ha sido, ni es, ni será, previsible.
Pero ¿qué hacemos si estas estructuras se mueven, si los cambios nos hacen reflexionar, si los cimientos en los que basamos nuestra realidad se abren?
Quizás, en lugar de confiar en un sistema impersonal, sea el momento de confiar en ti mismo, en los valores que tienes, en tus habilidades y en tus conocimientos.
Quizás ahora debas plantearte ser el protagonista de tu vida.
Quizás en lugar de esperar que las cosas se hagan para ti, puedas hacerlas tú mismo.
Quizás puedas lograr ir confiando en los demás y, así, entre las habilidades de unos y las de otros, se pueda lograr una vida más “personal”.
Quizás puedas mirar a tu alrededor y ver a personas, y con ellas alcanzar lo que no puedes solo.
Quizás, ….
[1] Weber, Max (1864-1920), fue un sociólogo, filósofo, economista, jurista, historiador y politólogo alemán, considerado uno de los fundadores del estudio moderno de la sociología y la administración pública,