Autora: Rosa Fernández Pérez.
“Ser libre es (…) gastar la mayor cantidad de tiempo de nuestra vida en aquello que nos gusta hacer” (José Mújica)
En estos tiempos turbios, donde se habla tanto de cual hay que primar si la economía o la salud, deberíamos pensar que economía queremos primar.
Vivir y tener alimento es primordial para tener salud, y eso es economía, pero hemos de ser conscientes de qué tipo de sistema económico es en el que actualmente estamos inmersos. A partir de conocerlo se ha de reflexionar y así, poder decidir si esta economía es lo que queremos priorizar.
Este sistema, comprobado ya durante algunos años, es aquel que solo beneficia a unos pocos, en detrimento de la mayoría de la población. Es un sistema creado al margen del de la ciudadanía y que, además, la excluye de sus procesos. Es esa economía inmersa en un mercado autorregulado de precios de oferta y demanda. Y se ha de tener en cuenta que los mercados, como dicen Felber, C., “no son neutrales, favorecen o perjudican que salga lo mejor del ser humano”.
Esta situación de pandemia, donde se balancea la salud y la economía, nos está haciendo reflexionar sobre cuestiones de solidaridad, ayuda entre ciudadanos, la necesidad de pensar en las demás personas, la imposición de no poder salir a la calle, de no quedar con amigos, amigas, familiares, y de tantos otros privilegios que creíamos eran derechos ineludibles de esta sociedad. Pero se ha roto esta tendencia, y lo que parecía obvio se ha convertido en un “regalo” cuando lo podemos disfrutar.
Karl Polanyi, historiador económico y social y un antropólogo económico, realizó una construcción histórica de la economía de mercado. Esta economía de mercado, como ya se ha señalado, se basa en la autorregulación, de la que este intelectual dice: “la autorregulación implica que toda la producción está destinada a la venta en el mercado y que todos los ingresos provienen de ella”. Pero no hay que olvidar que, en este mercado, se han convertido en mercancías “la tierra (naturaleza), el trabajo y el dinero”, como afirma Polanyi, es decir, que las personas, el medio ambiente, la naturaleza, son artículos de compraventa en esta economía de mercado. Esto nos lleva a una reflexión, y es que nuestro trabajo, pagado mediante un salario, necesario e imprescindible para la vida, es una mercancía que depende de la oferta y demanda del mercado. Cuando hay oferta excesiva, el mercado hará que su precio descienda, llegando incluso a cero, si no existe nadie con deseos de adquirirla. El precio del salario varía en función de esta maquinaria, pudiendo llegar incluso a no valer nada.
¿no suena a algo esta situación? Actualmente, aunque se trabaje mucho o con más de un trabajo, puede que no se lleguen a cubrir las necesidades básicas, como es comer y tener calor en casa. Esta situación es lo que llama Polanyi como un desgarramiento del tejido social.
Además, esta economía está en constante creación de nuevos productos que acaban con los antiguos. Pareciera que los productos ya no tienen valor, incluso antes de salir al mercado. Esta situación provocan que las empresas compitan duramente entre ellas para sacar al mercado lo más novedoso. Tal y como decía Schumpeter, que «la única forma de zafarse de la competencia, que es muy dura y que hace que siempre tengas los nervios y los músculos en tensión, es a través de intentos de reducción de costes, lo cual requiere procesos de innovación en la producción, o bien a través del diseño de productos nuevos que sean preferidos por los consumidores en comparación con los anteriores«.
Una economía de consumo exorbitante y de salarios bajos para reducir los costes de las empresas. Este consumo que lleva a la población a un deseo continúo de cosas materiales y, que vive con salarios con los que, en numerosas ocasiones, es imposible sobrevivir.
Esta economía que queremos salvar nos pone como artículos de demanda y oferta nuestra subsistencia, pero ¿dónde está la dignidad de las personas, la justicia social, las emociones, los sentimientos?
Y la pregunta va más allá, ¿por qué ponemos nuestra subsistencia, la naturaleza, o el medio ambiente, en el mercado?
Se lleva tanto tiempo viviendo de esta forma que resulta extraño mantenerse de otra manera. Y ahora resulta complicado pensar en palabras que oímos muy a menudo y que son necesarias, como son: “pensar en los demás”, “pensar en quienes somos y qué queremos”, “darnos cuenta de que estamos de paso en esta vida” …
Quizás se tenga que elegir por se deba primar la vida (en mayúsculas), y eso sea priorizar la salud, la dignidad de nuestro trabajo, la alegría de nuestra existencia, el disfrute de nuestros sentidos y la plenitud de los que somos.
Es asombroso que la Humanidad todavía no sepa vivir en paz, que palabras como ‘competitividad’ sean las que mandan frente a palabras como ‘convivencia’ (José Luis Sampedro, escritor, humanista y economista).