Autora: Roberto Alonso Tajadura
En la actualidad, los controvertidos entornos económicos ocasionados por la crisis y las dificultades para acceder al mercado laboral conducen a los agentes de la economía a buscar nuevas alternativas de ocupación y creación de empleo. En este sentido, cobra cada vez mayor importancia la cultura del emprendimiento.
Poco a poco, la sociedad española ha comenzado a cambiar su mentalidad y a percibir los beneficios que ofrece la creación de empresas. En consecuencia, un apresurado proceso de adaptación a los nuevos tiempos está gestándose.
El camino no es fácil. Aunque, hoy en día, nuestra economía, en lo que a cultura emprendedora se refiere, se encuentra capacitada para dinamizar nuevas actividades empresariales, aún se enfrenta a importantes reticencias que la mantienen alejada de países como Nueva Zelanda, Australia, Canadá, Estados Unidos, Singapur, Irlanda, Dinamarca, Francia o Finlandia, considerados en los últimos informes de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo como los más emprendedores.
Sin duda, la creación de empresas constituye un factor de desarrollo económico clave que depende, en última instancia, del comportamiento del emprendimiento. Desde que Schumpeter presentara la Teoría del desenvolvimiento económico, se ha aceptado cierta causalidad entre la capacidad emprendedora y los niveles de progreso económico e innovación. Así, la explotación de la innovación conlleva lo que algunos analistas denominan la “destrucción creativa”, esto es, la sustitución de antiguas empresas o formas de producción a medida que se crean otras nuevas.
Para que una economía responda con eficacia a los retos del emprendimiento, debe fomentar y consolidar previamente una serie de aspectos orientados a estimular la capacidad para percibir oportunidades de negocio, asumir tasas más altas de tolerancia al riesgo empresarial, impulsar el espíritu competitivo, y lograr la colaboración de la clase empresarial y las instituciones. De no ser así, se acentuarán los inconvenientes que condicionan la modernización de los dispositivos emprendedores y se deteriorarán los escenarios económicos en que se crean las empresas. A fin de cuentas, son las pymes el principal motor de crecimiento económico y generación de empleo en la UE.
En el plano particular, se requiere una personalidad que conjugue ciertas cualidades y habilidades. Es preciso demostrar una gran capacidad de sacrificio y dedicación, una adecuada aptitud para manejar relaciones humanas y situaciones multidisciplinares y, sobre todo, una alta predisposición para gestionar el riesgo. Indudablemente, los riesgos que conlleva poner en marcha una iniciativa emprendedora son tan grandes como las posibilidades que ofrece.
Es evidente que no todo el mundo cuenta con las condiciones innatas del emprendedor. Por otro lado, no es menos cierto que sea imposible reunir, mediante la experiencia y el aprendizaje, las cualidades necesarias para serlo.
En relación con la personalidad del emprendedor, existen diversas teorías que, desde un enfoque psicológico, pretenden configurar el “patrón ideal” de empresario. Básicamente, pueden destacarse la Teoría de los rasgos de la personalidad y la Teoría de los cinco rasgos.
La primera teoría se centra en la identificación de determinados atributos diferenciales:
– Manifestación de una marcada necesidad de logro.
– Acentuación del sentimiento de responsabilidad y compromiso (locus de control interno).
– Propensión a asumir riesgos y dominar la incertidumbre.
– Tolerancia a la ambigüedad y capacidad para superar retos y desafíos.
– Autonomía de acción.
– Proactividad y anticipación con la intención de influir en su entorno.
– Intuición para detectar oportunidades.
La teoría de los Big Five personality traits, en cambio, reduce el número de rasgos o factores de personalidad a cinco.
De acuerdo con esta teoría, el éxito del emprendedor depende del grado de implicación de los siguientes “factores principales” de la personalidad:
– Apertura a la experiencia (factor O). Rasgo que contiene la capacidad del individuo para buscar, a través de la innovación y la curiosidad, nuevas experiencias personales, y concebir de manera creativa e imaginativa su futuro.
– Extraversión (factor E). Rasgo que define el nivel de sociabilidad e interacción del individuo.
– Amabilidad (factor A). Rasgo que alude a la tendencia del individuo para relacionarse socialmente en términos de cordialidad, respeto y tolerancia.
– Responsabilidad (factor C). Rasgo que hace referencia a la perseverancia y la motivación del individuo en la consecución de objetivos.
– Estabilidad emocional (factor N). Rasgo que actúa sobre la confianza y la seguridad en uno mismo.
Sea como fuere, puede concluirse afirmando que el emprendedor debe ser una persona dinámica y creativa, capaz continuamente de hacer de la necesidad virtud, y convencida de las posibilidades que ofrece su proyecto.
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