Autora: Rosa Fernández Pérez.
En la actualidad hablar de economía social, parece una invención más que una realidad. El término hace pensar en una economía distanciada del logro de una rentabilidad monetaria. A pesar de la percepción del vocablo, este tipo de economía existe y está regulada en una norma. La ley la define como el conjunto de las actividades económicas y empresariales, que en el ámbito privado llevan a cabo aquellas entidades que, de conformidad con los principios recogidos en el artículo 4, persiguen bien el interés colectivo de sus integrantes, bien el interés general económico o social, o ambos (artículo 2 de la Ley 5/2011, de 29 de marzo, de Economía Social).
Por tanto, esta economía está formada por empresas y entidades que realizan actividades en el ámbito privado, pero con características diferentes a las llamadas empresas del capital. Son “una forma diferente de hacer empresa”. Esta diferencia se manifiesta en su compromiso fundacional con una serie de valores y principios de actuación que constituyen su lógica organizativa y su actividad empresarial en base a los siguientes elementos: a) una clara preeminencia de las personas sobre el capital; b) la apuesta por la autonomía y democracia en la gestión; c) la solidaridad (interna y externa) y; d) la prioridad del servicio a sus miembros y a la comunidad por encima de la consecución de beneficios (Monzón, 2003; Chaves et. al, 2003).
Estas formas de organizar la vida y el trabajo existen porque la economía capitalista, como representante hegemónico en la sociedad, no es la única forma de organizar la distribución, el trabajo y la vida de las personas. Estas empresas de la economía del capital tienen como objetivo maximizar el beneficio monetario sin tomar en consideración la destrucción de valores de las personas, ni la pérdida de recursos naturales, ni la destrucción de biodiversidad, ni la ventaja de un trabajo que atienda las situaciones personales de los trabajadores, ni cualquier manera de atención personal. Este modelo económico se rige por un beneficio privado concentrado en manos de “pocos ricos”, que si están contentos invertirán en nuevos puestos de trabajo para seguir repitiendo el modelo. Estas empresas se rigen por balances financieros e indicadores económicos sin considerar la solidaridad, lo social, lo ecológico ni lo democrático. Los trabajadores de las empresas están en una situación de subordinación sobre las necesidades de la entidad, que no considera la autonomía y la potencialidad creadora de las personas. El trabajador está desvinculado de sus procesos laborales y se convierte en un mero ejecutor, sometido a unos niveles de rentabilidad marcados por la propia empresa. Sin olvidar que esta rentabilidad se mide exclusivamente desde un punto de vista economicista. Todo ello a cambio de un precio (salario) que, puede o no, ser suficiente para su una vida digna.
La prioridad de las actividades económicas es la sostenibilidad de la vida, entendida como satisfacción de las necesidades humanas, materiales y afectivas en un entorno de vida ambiental sostenible. Esta prioridad es la base de la economía social, pero no así de la economía de la capital que, claramente, está liderada por un consumismo exorbitante y una acumulación de capital en pocas manos. Esto se puede analizar en los parámetros de medir que utiliza una y otra economía. La economía social afronta los aspectos como la creatividad, las relaciones personales, el bienestar personal, la libertad, etc., cuestiones que la economía del capital no contempla.
Con la reflexión anterior se ha de tener claro, tal como cuestiona Yayo Herrero (2014), que las personas presentan dos dependencias materiales ineludibles que paradójicamente aparecen invisibilizadas dentro de los esquemas teóricos de la economía del capital. En primer lugar, se depende de la naturaleza, pero en la vida actual no solo se vive de espalda a ella, sino que además se la explota desmesuradamente. En segundo lugar, la interdependencia es un rasgo fundamental del ser humano. Dependemos del tiempo de trabajo que otras personas nos dedican durante todo nuestro ciclo vital, y nuestra vida se desarrolla al margen de esta necesidad de las demás. Si la vida depende de la naturaleza y de las demás personas, la economía también tiene estas dependencias.
Para concluir esta reflexión, se delimitan los principios de la economía social que se realizó en 2002 por sus propios protagonistas en la Carta de Principios de la Economía Social, promovida por la Conferencia Europea Permanente de Cooperativas, Mutualidades, Asociaciones y Fundaciones. Los principios son:
- Primacía de la persona y del objeto social sobre el capital.
- Adhesión voluntaria y abierta.
- Control democrático por sus miembros
- Conjunción de los intereses de los miembros usuarios y del interés general.
- Defensa y aplicación de los principios de solidaridad y responsabilidad.
- Autonomía de gestión e independencia respecto de los poderes públicos.
- Destino de la mayoría de los excedentes a la consecución de objetivos a favor del desarrollo sostenible, del interés de los servicios a los miembros y del interés general.