Autora: Esther Soria Aldavero.
Las escuelas del futuro son las que creen en el que aprende.
El docente no enseña lo que sabe, enseña lo que es.
Los coles que cambian se preocupan de ser.
En el futuro enseñaremos lo que no sabemos.
Aquí está la clave del ser.
Enseñar desde el cerebro del que aprende,
no desde el cerebro del que enseña.
José Antonio Fernández Bravo.
El tradicional modelo de constructivismo de Vygotsky centra el foco del aprendizaje en el alumno y sus procesos internos. Partiendo de sus propios modelos mentales, incorpora nuevas informaciones obtenidas de la experiencia, reorganizando y dando nuevo significado y sentido al conocimiento y competencias adquiridas, claves en los procesos de aprendizaje.
Howard Gardner, doctor de la Universidad de Harvard, presentó en 1983 su vigente y mundialmente reconocida Teoría de Inteligencias Múltiples. La idea clave es que todos poseemos distintos tipos de inteligencias semi independientes, incluida la inteligencia intra e interpersonal, que funcionan juntas de manera compleja. Existen pues diferentes maneras de ser inteligente, no solo en el ámbito escolar o académico, sino en cualquier otra área de la vida.
Salovey y Mayer, autores en 1990 del extendido término de Inteligencia Emocional, contribuyeron a reconocer la importancia de la gestión que cada uno hagamos de nuestras emociones, y de cómo actuemos respecto a ellas en nuestra comprensión e interacción con las de los demás. La tendencia actual en neurociencia y la investigación sobre emociones y educación resaltan el papel fundamental del profesor en el proceso de interacción personal y logro de un ambiente positivo en el aula como condicionantes de un aprendizaje exitoso. No somos solo mediadores en el proceso de aprendizaje de contenidos de las materias, sino un elemento fundamental en el aprendizaje de la gestión de emociones, en la comprensión y resolución de situaciones y vivencias del aula y centro, que cada alumno, docente y familiar observa, vive y siente como propias, sintiéndose todos parte de la comunidad educativa.
La neurodidáctica es la disciplina que procura encontrar las condiciones biológicas para que el aprendizaje sea óptimo. Evidencias científicas de investigaciones sobre neuroplasticidad cerebral, la amígdala y su relación con la corteza prefrontal, muestran que la emoción y la motivación dirigen el sistema de atención. Larry Squire y Eric Kandel, investigadores de memoria y aprendizaje, concluyen que la adquisición de una habilidad cognitiva o técnica depende, en la base, del sentimiento sobre la manera de realizar la tarea. También la personalización del aprendizaje (conocer la forma en que mejor aprende un estudiante, sus intereses y objetivos) y proporcionar pequeños éxitos graduales y placeres durante el aprendizaje, facilita la progresión académica, previniendo el fracaso y abandono escolar.
Muchas teorías y programas, cuya eficacia ha sido ampliamente demostrada en personas de todas las edades, apoyan la hipótesis de que favorecer una experiencia emocionalmente positiva de aprendizaje interactivo entre iguales (para desarrollar la competencia de aprender a aprender), y entre alumnos y docentes y familia (para consolidar las competencias adquiridas en las diferentes materias y generalizar las habilidades de desarrollo emocional e interacción social) puede contribuir al éxito escolar de los alumnos y el adecuado desarrollo de su proyecto de vida con calidad educativa, personal, familiar y social.
Según Ainscow y colaboradores (2001), se consiguen relaciones positivas con el alumnado y mejora del trabajo en el aula cuando los docentes: demuestran una consideración positiva hacia todos sus alumnos; conducen sus relaciones en el aula de tal forma que se muestran consistentes y justos y dan pie a la confianza; saben escuchar; hacen de sus clases lugares donde los alumnos puedan sentirse seguros a la hora de experimentar para aprender, lo que supone que puedan elegir y equivocarse, asumir riesgos y aceptar responsabilidades. La existencia de límites y expectativas claras, reconocer y celebrar el esfuerzo y la mejora del rendimiento, planificar, colaborar y reflexionar, son claves del éxito
Begoña Ibarrola es actualmente una de las expertas en neurociencia para el aula. Comparte la idea y práctica metodológica de que no son solo las competencias cognitivas las que están en el centro de los procesos de aprendizaje, sino las competencias emocionales. Considera el aprendizaje expectante a la experiencia como un periodo sensible en el que la adquisición de contenidos será mejor en una experiencia relevante para el cerebro. Según Ibarrola, “los científicos han documento periodos sensibles para ciertos tipos de estímulos sensoriales, tales como la visión y sonidos del lenguaje, y para ciertas experiencias emocionales y cognitivas, como por ejemplo la exposición al lenguaje”. De ahí que la competencia lingüística, y el trabajar emociones con obras de literatura y diálogo personal, entre otros, sean también clave.
CÓMO MEJORAR LA MOTIVACIÓN DEL ALUMNADO. Tomado de Ibarrola, B. (2013) Aprendizaje emocionante. Neurociencia para el aula
1. Conocer los orígenes de la desmotivación del alumnado para descubrir elementos que favorezcan su motivación intrínseca.
2. Ofrecerles herramientas para que puedan responder a las preguntas ¿Por qué estudiar? ¿Para qué estudiar? ¿Cómo estudiar? Y acompañarlas de ejemplos personales.
3. Crear un ambiente seguro, libre de amenazas, donde el alumno sienta que su conducta no está orientada a evitar castigos sino a hacer lo que debe.
4. Evaluar siempre los resultados de su trabajo, no a la persona, para no dañar su autoestima y manifestar confianza en su capacidad de aprender y de cambiar.
5. Valorar el esfuerzo del alumno y no solo la consecución de resultados, sobre todo cuando vemos que el alumno está comenzando a usar el esfuerzo en su trabajo diario.
6. Desarrollar su autoconfianza como vacuna a la espiral de fracaso. Bajar el nivel de ciertas metas y convertirlas en submetas asequibles que garanticen el éxito. El sentimiento de competencia genera motivación.
7. Dar sentido a su aprendizaje y que vea su proyecto personal con claridad. Que comprenda la relación entre lo que estudia y su proyección en la sociedad.
8. Desdramatizar el acto de aprender: revestirlo de alegría y no de miedo. Convertir el error en un factor más de aprendizaje, sin darle una carga negativa.
9. Procurarle experiencias de éxito que le sirvan de recuerdo positivo y desarrollen su autoestima, y además activen su centro de recompensa cerebral.
10. Cambiar de vez en cuando el entorno de aprendizaje, porque al cerebro le gusta variar; una salida a la biblioteca, al mercado, a dar la clase en otro lugar.
11. Definir siempre los objetivos para que los alumnos sepan qué se espera de ellos. Cuanto más claros estén esos objetivos, más fácil será el que se esfuercen por conseguirlos. Los alumnos trabajan mejor cuando comprenden cuál es el propósito detrás de un proyecto de aula.
12. Permitir cierto control de los alumnos sobre lo que sucede en el aula, es decir, que existan espacios de libertad, diferentes opciones: cómo hacer un determinado trabajo o de qué forma presentarlo. Darles la oportunidad de que aprendan por sí mismos favorece su autonomía y si se equivocan, aprenderán de sus errores.
13. Fomento de la autorreflexión para que los alumnos puedan descubrir qué es lo que necesitan y no tienen para llegar al objetivo y obtener el resultado que deseen.
14. Que el profesorado contagie con su entusiasmo por lo que enseña. Si muestra su emoción por la enseñanza, los alumnos van a tener más motivación por aprender.
15. Descubrir cuáles son las inteligencias más potentes en cada alumno, aprovechando sus intereses y aquello que le atrae como elemento de enganche para ayudarle a aprender aquello en lo que tiene más dificultad.
16. Poner el énfasis en la satisfacción personal que supone la adquisición de habilidades, tomando como punto de partida las fortalezas y los intereses de los alumnos.
17. Reconocer en público los éxitos del alumno, centrando más la atención en lo que hace bien que en sus fracasos.
18. Presentar a los alumnos retos interesantes, preguntas que les lleven a investigar, ofrecerles datos interesantes.
19. Fomentar el trabajo cooperativo frente al competitivo, aunque a veces competir entre ellos o con otra clase puede convertirse en un elemento motivador del que, eso sí, no hay que abusar.
20. Valorar la creatividad de los alumnos y animarles a pensar y a hacer las cosas de forma diferente. Las tareas creativas son más motivadoras que las repetitivas.
21. Presentar a los compañeros el buen trabajo realizado por un alumno para que reciba el reconocimiento social del trabajo bien hecho, desarrollando un liderazgo compartido de personas que destaquen en temas diferentes.
El primer paso no te lleva a donde quieres ir, pero te saca de donde estás. Anónimo.
- Imágenes: Pixabay
- Bibliografía:
Ibarrola, B. (2013). Aprendizaje emocionante. Neurociencia para el aula. Madrid. Ediciones SM
Mora, F. (2013) Neuroeducación. Madrid. Alianza Editorial