Autora: Mª Carmen Martínez Magaña.
Los derechos del niño fueron aprobados por las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959. En la Resolución nº 1386 queda recogido el juego como un derecho del niño. En Nueva York, en el año 1989, Francesco Tonucci adaptó el artículo 31 para que los niños pudieran entenderlo de forma clara, redactándolo de la siguiente manera:
El niño tiene derecho al juego, al descanso, a la diversión y a dedicarse a las actividades que más le gusten.
A través del juego nos construimos como personas, aprendemos de nosotros mismos y de los demás. Cómo dice E. Goldschmied, si observamos detenidamente a un niño cuando juega, nos sorprenderá la concentración profunda que tiene y el placer inmediato que le proporciona, la misma concentración que nosotros consideramos necesaria para llevar a cabo un buen trabajo.
Gracias al juego, motor de la actividad física del niño y motor primario de su socialización, se desarrolla la imaginación, la capacidad creativa y la expresión de emociones. El juego constituye el núcleo esencial del desarrollo, ya que sin experimentación, sin la invención de estrategias de acción, sin manipulación, el individuo no conquistaría nuevos espacios, no descubriría ni recorrería nuevos caminos.
El juego cambia a lo largo de la vida permitiéndonos aprender, divertirnos y crecer a nivel madurativo, físico y cognitivo.
De 0 a 3 años el movimiento y el juego están íntimamente relacionados. Es la etapa donde se desarrollan motricidad fina y gruesa.
De los 3 a los 6 años el niño utiliza el juego simbólico y estructura su discurso oral. En este momento, los niños se apasionan e imaginan creando a su manera y relacionando sus juegos con acciones cotidianas.
A los 6 años el juego cambia para convertirse en deporte. En este momento se asumen roles y se respetan normas. El juego alcanza su momento más social haciendo que el niño regule su conducta asumiendo normas, valores, éxitos y fracasos.
Actualmente a partir de los seis años, y en ocasiones antes, los niños se inician en juegos tecnológicos y juguetes electrónicos. Aprenden con ellos estrategias, desarrollan la atención y se centran en la superación personal de retos.
A partir de los doce años el juego comienza a perder importancia y los móviles sustituyen los juguetes tradicionales, ahora considerados infantiles. Es en esta etapa donde padres y docentes debemos prestar mayor atención. Se han de regular los usos de estos dispositivos e intentar proponer alternativas a los mismos para evitar la dependencia.
Existen multitud de juegos que pueden hacer disfrutar a adolescentes volviendo a generar el vínculo de los juegos de infancia en una etapa de cambio y aceptación.
Algunos de los juegos recomendados donde la respuesta a la diversidad es posible son: juegos de estrategia e ingenio, tales como, las tres en raya o el ajedrez; juegos de palabras, como: Apalabrados, Pasapalabra, Scrabble y juegos para estar en familia: Tabú, Jenga… entre otros.
El juego como recurso tiene un gran valor en el aprendizaje intelectual, emocional y social. Pero la importancia de jugar no sólo se queda en la niñez y adolescencia, ya que como actividad social y creativa se mantiene a lo largo de toda la vida.
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