Autor: Bruno Marcos Carcedo.
La pieza de Joan Fontcuberta representa el impacto de los aviones sobre las torres gemelas de Nueva York mediante un mosaico de seis mil imágenes extraídas del buscador de Internet Google, al que el autor conectó un programa que iba seleccionando imágenes relacionadas a tres conceptos: “Dios”, “Yahvé” y “Alá”.
—————————-
Antes de surgir la fotografía el registro de las guerras era tarea prácticamente imposible. Existían, desde el mundo antiguo, los relatos, las pinturas o los relieves históricos, pero estaban al servicio de quien ganaba las contiendas y eran insuficientes para plasmar algo tan complejo. Los cuadros de batallas solían ser esquemáticos, de perspectiva difícil, infinitamente más estáticos que el hecho real que pretendían representar y ausentes de verosimilitud. No cabe duda de que fue Goya el que inauguró, todavía desde el medio pictórico y el grabado, una mirada inédita, independiente y crítica, con sus ‘Desastres de la guerra’, porque fue quizás el primer pintor en estrenar la autonomía del arte por completo, es decir, el primer artista moderno.
Lo que agrandó el poder de las imágenes en los asuntos bélicos fue, indudablemente, la aparición de la fotografía y luego del cine. Las primeras imágenes aparecidas en la prensa con cadáveres de soldados descomponiéndose abandonados en el barro conmocionaron a las gentes de la Primera Guerra Mundial, que todavía iban al combate con entusiasmo.
Los registros gráficos que las tropas aliadas, al final de la segunda, hicieron del horror que encontraron en Auschwitz y en los demás campos de exterminio nazis, junto con la filmación de la bomba atómica y, después, el documentalismo de Vietnam, constituyeron los grandes paradigmas visuales de lo bélico. Las del holocausto judío fueron utilizadas incluso como prueba en los juicios de Nuremberg. El icono del gran hongo nuclear tuvo un efecto disuasorio universal y las de Vietnam, con visiones como la de la niña huyendo desnuda de la nube de napalm, fueron un revulsivo antibelicista de enorme fuerza social. El valor de las imágenes fue cobrando una importancia cada vez mayor en todo tipo de conflictos extrayendo la parte más terrible y menos heroica, es decir jugando un papel de información y denuncia, de escaparate de la barbarie que movía las conciencias hacia la pacificación.
No obstante, con los atentados de las torres gemelas de Nueva York, el papel de las imágenes en los actos de violencia cambió radicalmente su naturaleza. Lo ocurrido en el World Trade Center abrió un nuevo espacio para lo bélico que, en esa ocasión, no tuvo lugar en escarpados parajes, ni en laberínticas selvas, sino directamente en el más grande plató del mundo, la ciudad de Nueva York, y en las pantallas de los televisores de todo el planeta en directo. El impacto del primer avión en una de las torres avisó y hubo tiempo suficiente para que todas las televisiones del planeta pudieran recoger, en vivo y a tiempo real, el choque del siguiente sobre la otra torre y el posterior derrumbamiento de ambas.
Todo hace pensar que se trataba de un ataque pensado para convertirse en imagen, valiéndose de la capacidad amplificadora de la tecnología de la comunicación. Una imagen cuya producción iba a ser contemplada en directo y de forma global. Aquellos atentados parecieron extraídos directamente de la fantasía, concretamente de la filmografía de catástrofes. Ver hecha realidad la peor de las fantasías supuso que entendiéramos instantáneamente que la construcción de una macroimagen como esa podía ser ya un acto de agresión. Una macroimagen tan poderosamente brutal y aterradora como las del exterminio nazi o el hongo de la bomba atómica, pero una que no quisieron ocultar sino al revés, que se presentó con la máxima visibilidad posible, una imagen, no ya a favor de la guerra, sino como arma de guerra.