Autor: Bruno Marcos Carcedo.
INTRODUCCIÓN
_______________
Uno de los temas que mejor puede relacionar el mundo de la imagen actual en todos sus campos con el currículo educativo de distintas áreas y niveles es el del color.
Desde diferentes perspectivas y a distintas edades es abordado en la enseñanza, por supuesto en la educación artística de los primeros años del niño, luego en la educación plástica, visual y audiovisual de la etapa secundaria obligatoria, también en las enseñanzas artísticas de grado medio o superior, y en el bachillerato artístico; pero además se estudia como fenómeno natural desde áreas como la física o la biología.
Muchas veces echamos en falta los vínculos necesarios entre el mundo contemporáneo y la materia teórica de los estudios de la enseñanza reglada. Ya hemos comentado en esta sección la existencia de una falta de encuentro entre las programaciones de los museos y las de los centros educativos. Vamos a intentar buscar puntos de encuentro entre ambas.
Uno de estos posibles caminos de confluencia es el del tema del color que vamos a tratar a través de cuatro casos concretos de estudio en obras artísticas actuales.
COLOR Y PAISAJE
____________________
Durante los años sesenta y setenta del pasado siglo surgió un grupo de artistas que, inesperadamente, llevaron a la práctica algunos de los planteamientos más utópicos de los sembrados por las Vanguardias Históricas. Entre esos utopismos estaba uno de los principales, la disolución de la polaridad entre arte y vida. Estos artistas entendieron que por mucho que pusieran al revés todas las reglas tradicionales dentro del cuadro, o dentro de la galería, esos soportes y esos lugares eran ya una prisión y que, para avanzar, debían ir más allá. Creyeron que había llegado el momento en el que el arte debía expandirse y rebasar los museos y las galerías para encontrarse con la calle, el espacio público, la naturaleza y la vida.
Aquellos fueron los artistas del ‘happening’, de la ‘performance’, de las instalaciones, de las intervenciones urbanas y en la naturaleza. El ‘Land art’ de Robert Smithson en zonas desérticas o los edificios cortados de Matta-Clark ya están en la Historia del Arte y han sido seminales para las generaciones siguientes. De entre toda la batahola de las artes de las décadas posteriores estas prácticas salen intactas, ocupan cada vez un lugar más alto y parecen siempre nuevas.
En 2016, el ya octogenario artista de origen búlgaro Christo sorprendió con una intervención de este tipo en el italiano lago Iseo. En ella construyó un camino sobre el agua para unir tres orillas con una isla cercana sobre el que la gente pudiera caminar. Se trataba de muelles flotantes que se mecían con la marea, construidos con bidones cúbicos de polietileno ensamblados y cubiertos por una tela amarilla. El resultado fue espectacular y, a la vez, una experiencia perceptiva única, caminar sobre el agua por un sendero intensamente amarillo, estar en medio del lago sobre la superficie acuática pero no navegando sino de pie y, así, andar contemplando la costa, las montañas y las aguas.
Se hizo famoso este artista por envolver primero objetos cotidianos y luego elementos urbanos y naturales llegando a producir obras de grandísima escala. No se han prodigado ni Christo ni la crítica en dar explicaciones a su obra. Podían haberlo hecho, por ejemplo, en clave surrealista o psicoanalítica, en tanto que el tema del velo, de la ocultación, pudiera despertar varias lecturas en ese sentido. Ni siquiera la práctica suya de ocultar monumentos ha sido interpretada en dirección política, teniendo en cuenta que la ha llevado a cabo nada menos que con el Reichstag berlinés. Envolver, tapar, comporta la negación de los valores fundamentales que se ponen de manifiesto siempre en el arte público pero, seguramente, su arte se ha despolitizado y se ha desatado de la semántica simbolista por entregarse a la pura acción, ya que ha envuelto lo mismo un parlamento que un árbol o el puente nuevo de París. De ahí que su trabajo haya sido visto finalmente como un formalismo un poco vacío que, debido a su enorme éxito, escala y presencia en los medios, propende a la espectacularización.
El artista comentó algo, al principio de su carrera, que nos proporciona una clave de lectura inédita y sencilla. Dijo que al envolver un objeto se perciben mejor sus volúmenes principales. Es decir, que se trataba, al menos en origen, de una cuestión plástica, un método perceptivo que bien pudiera haber surgido en su etapa de formación en las bellas artes. Al estudiar la luz es bueno eliminar los detalles superficiales, algo que se consigue entornando los ojos o envolviendo las estatuas que se copian.
Sin embargo, la mejor producción de Christo, y de su pareja Jeanne-Claude con la que colaboró hasta su muerte en 2009, es la que se despega de esa metodología y se expande para encontrar no el espectáculo sino la simbiosis, anteriormente dicha, entre arte y vida.
Así pues es decisiva en su trayectoria la ‘Costa envuelta’, más de dos kilómetros de acantilado cubierto por lonas blancas. Ahí se ve cómo su trabajo cobra mucha más intensidad y lirismo que en las intervenciones urbanas al ponerse en contacto con el mar. Aparecen como sus mejores obras, después, la ‘Cortina valle’, más de 18.000 metros cuadrados de tela anaranjada que extendió, de una colina a otra, en un valle de Colorado, las ‘Islas rodeadas’ de una mancha de color rosa, la ‘Valla corredora’ de tela blanca de más de 39 quilómetros y, por último, este sendero amarillo sobre el agua en el lago Iseo.
Vídeo de ‘Los muelles flotantes’